Su realización parece un juego: arrojar una cámara de Súper 8 encendida y grabando desde el que era, en ese momento, el edificio más alto de Caracas. La película filma los planos de su propia caída acelerada, una sucesión de planos cromáticos que no es posible identificar ni en términos de lo que en cada uno se “registra” (ventanas, columnas, paredes, cielo o suelo) ni en su propia configuración formal en tanto que imagen (color, composición, formas o figuras). Lo que se percibe y se aprehende es la impotencia de la visión –de la percepción- para distinguir esa movilidad extrema y extenuante, ese vértigo de la “caída libre”.