Esta brevísima evocación de un popular recinto recreativo en Santo Domingo, en las orillas del Caribe, permite pensar cómo y cuándo una foto deviene en fotograma y evita, además, una condición intermedia, la de la diapositiva. Los planos fijos del film son fotos fijas que se van sucediendo y en las que se puede observar a los transeúntes que visitan ese espacio de todos para pasar un rato, ver el mar, comer algo al paso, descansar y jugar. Las fotos en blanco y negro ostentan el rigor del encuadre, pero no serían más que fotos si no fuera por la irrupción sonora que desconoce el corte y propone movimiento y sucesión en el propio sonido sostenido, conjurando así la inmovilidad de la foto y dinamizando la intersección del plano sonoro y el visual, en una especie de sistema de relevos en el que el sonido y la imagen se necesitan sin renunciar a la autonomía que los define inicialmente. Roger Koza
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